jueves, 23 de abril de 2009

¿Cambiar por amor?

Uno duda, básicamente, como modo de vida.
Se trata de convencer de que está convencido de muchas cosas, para no ser tan maleable, para parecer un hombre de principios, porque el viejo nos dijo que está bien tener una idea, defenderla, sostenerla…
Pero generalmente duda.
Hasta el momento exacto en que se enamora. Y ahí se acaban las preguntas y empiezan las respuestas. Y hablo del amor a lo que sea o a quien sea
A mí me pasó con mi profesión.
Hasta los 19, 20 años, yo iba a ser “ingeniero forestal”, como lo hubiera sido mi papá (si hubiera terminado la carrera, si lo hubieran dejado llegar vivo al final de la cursada, de la carrera, de la vida…)
Pero no quise ir a La Plata como fue él, sino que salí para el lado de donde él salió.
Me fui a Esquel. Cerquita de donde mi viejo había nacido. Cerca, muy cerca de dónde la gente de la tierra construye cosas y vidas.
Y lo intenté. Juro que lo intenté.
Amaba los árboles, y pensaba que se podía trabajar con ellos. Hacer una carrera con ese amor y punto. Pero recién nos hablaban de árboles y plantas en segundo año.
Un año entero de puro de álgebra, análisis matemático, física y química desalientan hasta al más valiente.
Al tercer mes de cursada, me colé en clases de botánica y de silvicultura, para ver más de cerca lo que se suponía tendría que saber más. Y me sumé a un grupo de alumnos que tenían que hacer un trabajo de relevamiento de las especies botánicas de un bosque de por ahí cerca.
Había que sacar fotos y armar una carpeta clasificando orden, especie, familia, etc.…
El único que tenía cámara era yo. Siempre me había gustado sacar fotos, y en mi cumpleaños de 18 el viejo me regaló una cámara que para mí era un lujo: una zenit réflex que se la bancaba bastante.
Para que lo que cuento se entienda mejor (ya veo a un par de amigos diciendo: aclará las cosas, boludo, que no se entiende de quién hablás): Mi papá es el hombre que me engendró y que nunca conocí. Mi viejo es en realidad mi abuelo, el hombre que me crió. Hecha la aclaración innecesaria, sigo:
Fuimos al lugar, un bosquecito de tantos, al lado de la ruta 259. Sacamos las fotos un poco entre todos, pero en general la cámara la usaba yo. La mayoría sólo sabía usar una automática, y el cachivache mío era manual y réflex. Y encima, ruso.
En un momento me separé del grupo, me metí entre los árboles y me puse a sacar fotos que no tenían que ver ni con el trabajo ni con las fotos que había hecho antes en mi vida.
Nada fotos de grupo posadas. Ni retratos con cara de feliz cumpleaños. Ni partes de cuerpos. Ni paisajes de vacaciones o cotidianos.
Había algo más. No se si fue el paisaje, el momento o yo mismo en medio de esas dos cosas.
Pero cuando todos se volvieron, yo me quedé en el bosque.
Volví de noche a casa.
Al otro día volví al bosque con 6 rollos de fotos. Color y blanco y negro. Los gasté todos.
Esa semana gasté la plata que no tenía en comprar rollos y en revelar (en tiras de prueba) la mitad de los bosques que rodean Esquel. Y las montañas. Y las calles. Y las caras de mis amigos. Y mis pies, manos, perfil, ojo en el espejo…
A la semana siguiente fui al local de fotografía donde compraba mis cosas a ofrecerme para trabajar ahí. El dueño se sorprendió por mi ofrecimiento y mi insistencia. Le dije que si no me daba trabajo él, se lo pediría a cualquier otro que tuviera una casa de fotografía. Y que insistiría con todos, hasta conseguirlo. Después de eso, hubo un extraño período en donde me encerré en mi mismo. Y sólo sacaba fotos. O leía sobre fotografía.
La facultad ya no importaba.
Para hacerla corta, a las 3 semanas trabajaba en una casa de fotografía. Atendía a los clientes y aprendía a manejar la máquina de revelado.
Al poco tiempo viajé a Bariloche a hacer un curso intensivo. Y a partir de ahí, me consideré “fotógrafo”
Un día seguí viaje. Me fui a dar vueltas y vueltas por ahí.
Pero ese es tema de otro post.
Lo único que sé es que el amor para siempre existe.
Desde esa tarde en el bosque me enamoré por la eternidad.


PD: voy a poner algunas de esas fotos por acá, pero todavía no las tengo escaneadas. Y las digitales de ahora no son lo mismo que aquellas.
El paisaje cambió y yo también. Paciencia

sábado, 4 de abril de 2009

Tetosterona

Acostado en la cama me observo sin mirar.
Me doy cuenta de mis pies, que calzan 42, que tienen un dedo fisurado en un partido de fútbol algo violento, y mal curado, lo que lo deja mirando de costado.
Pies huesudos. Pies con pelo, pero poco.
Y mis tobillos, tan fuertes , aunque finos.
Sigo subiendo y reconozco mis gemelos, ahora más marcadospor vivir en un pueblo inclinado: para todos lados se sube o se baja.
Las rótulas huesudas, la cicatriz de la caída de la bici en la adolescencia, el resto de las piernas...
Sé que mis muslos son ásperos. Toda mi piel parece áspera ( sobre todo comparándola con la que hace un rato estuve acariciando)
Y ahora dejo la conciencia absoluta y uso mis manos.
Me paso las yemas de los dedos, apenas, por los testículos. Por la pija. Por las ingles.
Ahí, dicen, se concentra tanta energía, tantas veces.
Y sigo subiendo.
Subo siguiendo la línea del vello púbico, hasta el ombligo. Un ombligo poco profundo, que a veces guarda pelusa.
El vientre bastante plano, a pesar del castigo del vino y la comida. La pancita cervecera de la adolescencia desapareció, pero la adultez tampoco es indulgente.
Y el pecho, casi sin pelo. Ni hundido si saliente. Tan igual a tantos otros.
Me toco el cuello, llego a la cara.
La mandíbula marcada.
La barba de dos días.
La boca, con el diente ese chueco. Los labios cansados.
Esta naríz tan única. Sin referencia en la familia.
Los ojos cerrados, el pelo que se enrosca en la almohada.
Los abro. Y me miro las manos: cuadradas, de dedos largos, algunas asperezas en los rincones...
No hay mucho más.
Y desde esa masculinidad que uno ejerce, desde ese lado de la cama, lo único que desea es acurrucarse.
Hacerse chiquito, enroscarse en sí mismo y decirle a esa piel tan generosa que está al lado, con todas las blanduras que uno no tiene, con la suavidad de cada rincón de la piel, con los labios entreabiertos y dormida, decirle: Cuidame. Quereme siempre y cuidame.
Dejarse abrazar, reposar la cabeza desordenada entre esas hermosas tetas, y entregarse al olvido, o a la plenitud, al silencio. A lo que sea, pero entregarse.
Y abandonar miedos, prejuicios, dolores, ausencias.



Y uno no lo hace.
Por que es macho y se la banca.
Porque hace poco que la conoce.
Porque no quiere quilombos.
Porque las minas se enroscan.







Pero básicamente no lo hace porque es un boludo.