viernes, 13 de febrero de 2009

Literato

Cuando entré a la librería de usados y vi su nombre en una tapa, me sentí un pelotudo.
¿Porqué no me había dicho que había escrito un libro? Aunque ya estuviera en las mesas de saldos, usados o de dos pesos...
Bueno, quizás le daba vergüenza. Pero cuando lo leí, después de comprarlo, me di cuenta de que no tenía de qué avergonzarse. El libro estaba buenísimo.
O era ella, que lo contaba tan bien.
Pensé en esos tipos que rajan ante el menor indicio de inteligencia femenina. Que temen que ella les pase el trapo a la hora de la retórica. Y les tuve pena.
¡Qué más querría yo que una mina así!
Y cuando la volví a ver no pude decirselo. Ni siquiera le dije que sabía de su libro y que me había parecido maravilloso.
Porque me quedé clavado al piso, mirándola como un imbécil, sin poder ni siquiera decirle hola

1 comentario:

Unknown dijo...

Es que esas cosas son las que nos sorprende de una mujer, esa inteligencia oculta que nos avasalla.

¿Qué título tenía el libro?

Saludos